Texto & fotos por: Uri Colodro G @uri1992
En la consciencia colectiva de las personas que habitan las ciudades, existe un deseo cada vez más internalizado en relación a la necesidad de incorporar más áreas verdes en las áreas urbanas. Sabemos que tanto los árboles como las plantas en general tienen múltiples beneficios, los cuales son interpretados desde las ciencias ambientales como servicios ecosistémicos. Entre ellos, es posible destacar el control de la erosión, el aporte de materia orgánica y la fijación del suelo por parte de las raíces; reducen la contaminación acústica, actuando como pantallas absorbentes del sonido, purifican la atmósfera de la contaminación que emanan los automóviles y las industrias, además de liberar oxígeno y consumir dióxido de carbono a través del proceso de fotosíntesis. Asimismo, son reguladoras de temperaturas, dando origen islas de frescor en la ciudad, gracias a la generación de microclimas más húmedos que reducen la amplitud térmica que producen los materiales como el cemento, el asfalto, el ladrillo y el mismo suelo. Además de lo anterior, y entre muchos otros beneficios, las áreas verdes también contribuyen a generar ecosistemas urbanos, siendo el hábitat de numerosa avifauna; disminuyen la intensidad del viento, y son promotoras de la ventilación y condensación de la niebla.
A un costado de la concurrida Postdamer Platz en Berlín, es posible encontrar grandes explanadas de césped, lugares especialmente aprovechados por las personas durante el verano para hacer picnics.
Todos estos servicios ecosistémicos son fundamentales en cualquier ciudad del mundo. Son proveídos por las áreas verdes públicas, proyectadas y mantenidas por las administraciones locales, así como también por las áreas verdes privadas, que pueden ser parques temáticos, clubes, estadios, o jardines domésticos.
Las ciudades alemanas, en general están planificadas en bajas densidades, dejando grandes espacios destinados para la construcción de parques públicos. Sin embargo, muchas de las viviendas particulares también cuentan con una importante masa vegetal, cuyos intersticios colaboran a la generación de circuitos verdes que conservan la avifauna urbana. En la imagen se puede apreciar Ziegelhausen en el estado de Baden-Württemberg.
No es novedad que Santiago carece de áreas verdes. Tampoco es un discurso nuevo, el decir que las pocas que hay están mal distribuidas, teniendo en cuenta que municipios compuestos principalmente por una población de altos ingresos como Vitacura, pueden llegar a tener 56,2 m2 de espacios verdes públicos por habitante, al mismo tiempo que otras administraciones compuestas por población de menores ingresos como El Bosque, pueden llegar a tener tan sólo 1,8 m2. El Área Metropolitana de Santiago, en su conjunto, no supera los 3,4 m2 por habitante, cifra que se aleja de las recomendaciones de las principales organizaciones internacionales.
Las murallas tupidas de especies vegetales, contribuyen a paliar el efecto de las islas de calor urbano, al mismo tiempo que proporcionan decoración a los edificios y mejoran la experiencia de los espacios públicos.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, a la hora de hablar de sostenibilidad ambiental, aparecen numerosos inconvenientes. La zona central de Chile, donde se asienta la ciudad de Santiago, no se caracteriza por la abundancia de los recursos hídricos. De hecho, las proyecciones de cambio climático traen malos augurios tanto para la agricultura mediterránea que se desarrolla en esta área del país, así como también para los asentamientos humanos, que concentran la mayor parte de la población chilena. Por este motivo, resulta urgente optimizar los recursos hídricos y aumentar la eficiencia en el uso del agua potable, la cual corresponde a una de las principales fuentes con las que se riegan los jardines domésticos y otras tipologías de áreas verdes, incluyendo algunas públicas.
Ante esta situación, nos encontramos en una encrucijada, ya que por un lado resulta necesario aumentar la cantidad de áreas verdes para mejorar el medio ambiente urbano y favorecer la integración social mediante la proyección de nuevos y mejores espacios públicos, mientras que, por otro lado, se hace cada vez más difícil la tarea de mantener estos oasis urbanos, teniendo en cuenta que es necesario racionalizar el uso del agua potable y priorizar el agua proveniente de napas freáticas y cursos superficiales para la agricultura.
Sin embargo, existen soluciones, que apuntan por dos caminos. En primer lugar, resulta esencial adecuar los jardines urbanos al modelo de xerojardín, el cual consiste en utilizar especies vegetales que reduzcan al mínimo el consumo de agua y de recursos humanos. Para ello, es necesario agrupar las plantas según su demanda de agua en las denominadas “hidrozonas” y procurar elegir aquellas que están totalmente adaptadas al clima, priorizando también las que son nativas de la región. En la zona central de Chile (desde La Ligua hasta Concepción), pueden utilizarse especies provenientes de climas mediterráneos, los cuales son posibles de encontrar en las costas de California, parte occidental del Cabo en Sudáfrica, Australia sub-occidental, el sur de Europa, y el centro de Chile. Siguiendo esta idea, las plantas requerirán exclusivamente riegos de apoyo durante la temporada más seca.
La ciudad de Pucón, al sur de Chile, mantiene numerosas áreas verdes de tamaño reducido, las cuales son administradas por los vecinos, pero dispuestas de manera pública.
El segundo camino, necesario de llevar a cabo, tiene que ver con la responsabilidad de tener áreas verdes en la ciudad. Santiago se ha configurado como una “ciudad jardín”, con gran extensión territorial y con una tipología constructiva que prioriza las casas aisladas o adosadas, siempre acompañadas de un pequeño jardín privado. Se ha marcado una clara diferencia con otros modelos de ciudad, como el caso de otras grandes urbes del mundo, que han tendido a una edificación compacta, en altura, y atiborrada de comercio, espacios públicos y vida de calle.
Tener una ciudad extensa trae consigo numerosas consecuencias, como un aumento en los tiempos de traslado y una menor densidad en el comercio de cercanía. Sin embargo, trae beneficios, como la oportunidad de tener jardines particulares para prácticamente todos los estratos socio-económicos, independientemente de su tamaño.
En este sentido, el mantener en buen estado estos espacios resulta una responsabilidad que muchos dejan a un lado, utilizando muchas veces sus jardines como garaje, bodegas, o simplemente secarrales inservibles. Resulta urgente aprovechar estos espacios como una oportunidad para realizar labores de compostaje y reducir los residuos orgánicos per cápita, que en la mayoría de los casos van a parar a rellenos sanitarios. Con ello, se genera el sustrato necesario para proyectar un jardín, que puede componerse de plantas económicas adaptadas a la región, las cuales a su vez pueden regarse con agua reutilizada. Por ejemplo, la que se ocupa para lavar la vajilla. Incluso, la que se tira de la lavadora automática puede servir para regar ciertas plantas a las que no les hace daño el detergente.
Hay que tener en cuenta que tener un jardín en medio de la ciudad significa un costo social para todas aquellas personas que habitan aquel sistema urbano. El aumento de los tiempos de viaje, el mayor gasto en combustible y su consecuente contaminación atmosférica, son impactos que deben ser compensados con un medio ambiente urbano de mayor calidad, lo cual sólo puede lograrse con la incorporación de espacios verdes públicos o privados, que presten los servicios ecosistémicos anteriormente descritos.
En conclusión, resulta necesario tomar consciencia sobre la necesidad de promover el verde urbano, el aprovechamiento de los jardines domésticos sub-utilizados, y al mismo tiempo, la adopción de un nuevo paradigma que apunte a la sostenibilidad y a la optimización y reutilización de los recursos hídricos aprovechados en casa; promover el uso de flora mediterránea y reproducir la flora nativa. Tener un medio ambiente urbano de gran calidad y generar espacios de recreación son dos grandes desafíos para las administraciones locales y nacionales. Sin embargo, también es responsabilidad de los ciudadanos que disponen de un jardín doméstico. Por último, para estos ciudadanos resulta una oportunidad de mejorar su calidad de vida, e incorporar ciertas lecciones de sostenibilidad.
Las áreas densas, compuestas principalmente de edificios de departamentos, son aquellas que más requieren de espacios verdes públicos, como plazas y parques. En la imagen se observa el barrio de Pocitos, en Montevideo, Uruguay.
Uri Colodro
Geógrafo y Licenciado en Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidato a M.Sc. en Gobernanza de Riesgos y Recursos, Ruprecht-Karls Universität Heidelberg. Sus mayores áreas de interés corresponden al ámbito de la geografía urbana, social y cultural. Dedicado a la investigación y la consultoría. Lector apasionado y escritor de medio tiempo. Libera tensiones en la cocina y saliendo a dar paseos por la ciudad.
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