Quienes residen en la misma ciudad donde han vivido siempre su familia y sus amigos, posiblemente pasen la mayor parte de su vida adulta sin necesidad de alojar a nadie en su casa. Pero cuando las circunstancias nos llevan a instalarnos en otra ciudad, en otro país, nos encontramos en una situación nueva: la de recibir huéspedes. El hogar propio, el santuario, adquiere una función adicional y se modifica su ritmo habitual.

Abrir las puertas de la casa es abrir el corazón a otros, invitarlos a ser parte de nuestra vida y compartir con ellos el amor de nuestra familia. Esto se da incluso desde la visita más breve, un café o una comida. Cuando los invitados pernoctan, la intimidad que se comparte es aún mayor. Esta experiencia es fuente inmensas alegrías pero puede ser también disruptiva. Por eso, tanto visitantes como dueños de casa tenemos la misión de ser cuidadosos para preservar lo más importante de todo: la amistad.

Hace poco leí en una revista una nota bastante divertida sobre la experiencia de ser anfitrión y huésped, en la que ofrecían una serie de consejos para unos y otros. Me dieron ganas de escribir los míos propios, basada no sólo en mis vivencias en ambos roles, sino también en los testimonios de amigos expatriados dispersos por el mundo.

Cuando estamos lejos, todos extrañamos a nuestros seres queridos, los necesitamos y los vamos a seguir necesitando. La prueba está en que luego de un año y 25 visitas, no dejo de insistir a mi familia y a mis amigas para que vengan a casa. Pero como anfitriones también padecemos algunas complicaciones, hay que ser sinceros. Algunos consejos para que la perspectiva de recibir visitas no se opaque y deje de ser motivo de alegría:

1.   Si vives con tu pareja, no invites huéspedes sin consultarlo antes con él o ella. Una vez aceptada una visita de común acuerdo, recibe a los invitados de tu cónyuge con el mismo cariño y dedicación que si fueran los tuyos.

2.   Regular las expectativas. Antes de la visita, intenta conocer sus deseos para ese viaje y se claro en cuanto a las atenciones y comodidades que puedes ofrecer. Si, por ejemplo, el espacio que tienes no es confortable, si estarás sumamente ocupado con tu trabajo, o si tus hijos pequeños los van a despertar a las 7 a.m., no puedes dejar de advertírselo: merecen la oportunidad de reconsiderar su estadía.

3.  Un cálido recibimiento. Espera con las cosas del primer día resueltas: camas hechas con sábanas limpias, toallas, espacio libre en el ropero, baño provisto con shampoo, jabón, pasta de dientes, papel higiénico, adaptador para los enchufes, la clave de wifi, todo lo que puedan necesitar. Chocolates, flores en la habitación o carteles de bienvenida son detalles extra muy bien valorados. Averigua qué les gusta desayunar e intenta tenerlo para el primer día. La primera comida juntos es un buen momento para agasajarlos, ofrecer algo rico y celebrar la alegría del reencuentro.

4.   Facilitar su independencia. Brinda información y elementos para que puedan manejarse con su cuenta: mapas, llaves, información sobre medios de transporte, atracciones turísticas o ubicación de distintos servicios en el barrio. Si tu presupuesto lo permite, podrías tener un teléfono celular y tarjeta de transporte para prestarles.

5.   Si quieres ayuda, simplemente pide. A veces los visitantes no saben muy bien de qué modo colaborar, pero lo hacen de buena gana si se los orienta un poco. En general reciben con entusiasmo sugerencias como “¿quieres ir poniendo la mesa mientras yo preparo esto?” o “¿a la vuelta de tu paseo podrías parar en el almacén y traer huevos?”.

6.   Disfruta de la compañía, pero conserva tu vida. Seguramente vas a cambiar algunos planes por el placer de pasar más tiempo con tus amigos. Pero por norma general, intenta mantener tus actividades, especialmente si tienes visitas frecuentes. Esto hará que recibir gente no se convierta para vos en una carga, y también les brinda a tus visitantes un poco de libertad.

7.   Libro de visitas: es prescindible pero muy lindo tener un cuaderno donde todos los que se alojen en tu casa dejen un mensaje antes de irse. Con el tiempo será tu forma de recordar quiénes te visitaron y los buenos momentos que compartieron.

Seguramente todos los consejos tienen excepciones, principalmente cuando las visitas se dan entre padres e hijos, cuyas formas de relacionarse son especiales en cada familia. De todos modos, continuemos con unas palabras para los huéspedes. Ir a compartir la casa de alguien es ir a compartir su vida: hazlo si de verdad quieres acompañar a esa persona en el desayuno, trámites, la hora del baño de los hijos, y demás trivialidades que conforman la cotidianeidad. Estos son algunos tips para ser el huésped del año y asegurarte ser bien recibido en una próxima visita:

1.   Antes de planificar tu viaje consulta si pueden recibirte. Luego, se claro acerca de las fechas de llegada y partida, y cumple con ellas. ¿Cuál es el máximo de tiempo recomendable para quedarse? Hay quienes dicen cuatro días, otros una semana, pero es relativo y depende del vínculo, del destino y de muchos otros factores. Usa tu criterio y no abuses.

2.   Adáptate a las normas y costumbres de la casa y ayuda con el trabajo cotidiano. En una casa hay muchas tareas, que se multiplican con un nuevo habitante; colabora siempre y anticípate a lo que podría necesitarse.

3.   Retribuye la amabilidad. Algunos huéspedes acostumbran llegar con un regalo, es muy lindo pero no es imprescindible ya que existen distintas formas de ser generoso. Una buena idea es invitar a tus anfitriones a una comida, ya sea en un restaurante o comprando víveres y cocinando para ellos. También puedes hacer compras en el supermercado por tu cuenta, aportando a la casa productos que has visto que consumen a diario.

4.    No esperes que tus anfitriones paguen los gastos que hacen juntos fuera de la casa. Taxis, estacionamientos, peajes, transporte público, combustible, comidas… disponte a pagar como mínimo tu parte. Para esto es importante que te hayas asegurado previamente de tener moneda local (si estás visitando otro país).

5.   Intenta ser independiente, pero comunica tus planes. Procura no necesitar a tus anfitriones permanentemente, así puedes dejarles tiempo para sus asuntos. Si organizas salidas por tu cuenta, hazles saber tu itinerario, aclarando si estarás afuera todo el día y si volverás para comer.

¿Y si todo falla? Puede ser que a pesar de las mejores predisposiciones, la convivencia no resulte feliz. Si esto ocurre, no te desanimes. No todos fuimos creados para convivir; de hecho son muy pocos los vínculos humanos que implican residir bajo el mismo techo: padres, hijos, hermanos y pareja, según la etapa de la vida. La mayoría de los amigos no necesitan vivir juntos, por lo tanto, si hacerlo durante unos días no funcionó, no dejes que eso afecte la amistad. Pueden seguir siendo los mejores amigos del mundo, porque las posibilidades de que la experiencia se repita son escasas.

Cada vez somos más las familias que nos aventuramos a iniciar una nueva vida en distintas partes del mundo. Las amistades se pueden mantener más allá de los océanos y las cordilleras, pero adquieren nuevas formas, y hay que ayudarlas a encontrar su nuevo cauce. Espero que esto sirva para que todos sigamos visitando y siendo visitados con alegría, disfrutando de la compañía y los afectos.

“Soy Licenciada en Educación, blogger, apasionada por la fotografía, la ilustración y el arte en general. Me emocionan las cosas simples de la vida y busco transmitir esa mirada”

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