Texto y fotos por: Uri Colodro G. @ur1992

El clima mediterráneo se caracteriza por ser aquel de carácter templado y con estaciones marcadas. Los inviernos no llegan a ser del todo fríos, concentrándose las precipitaciones durante este período, mientras que los veranos suelen ser secos y calurosos.

Este clima tan particular recibe su nombre por presentarse en aquellos territorios contiguos al mar Mediterráneo, como Portugal, España, Italia, el sur de Francia, Grecia, la costa occidental de Turquía y las costas de Marruecos, Algeria y Túnez.

La singularidad y las bondades del clima mediterráneo han dado origen a modos de vida con una especial riqueza, que tienen su expresión en una arquitectura inspirada en colores como el blanco, azul y terracota, la importancia de la vida en la calle y la vitalidad del espacio público como lugar de encuentro y esparcimiento. Mención especial merece la existencia de una amplia gama de productos que entregan la tierra y el mar, que dan origen a la conocida dieta mediterránea, que se basa en productos nobles como el aceite de oliva, una rica variedad de vegetales, productos cárnicos de cordero, vacuno, ave, cerdo, pescados y frutos del mar, pastas, lácteos como el yogurt en sus más amplias variedades y quesos elaborados con leche de vaca, cabra y oveja. El vino producido en las regiones mediterráneas son probablemente los mejores del mundo, por lo que no es casualidad que Italia, Francia y España sean los tres países con mayor volumen de producción de esta bebida.

El mediterráneo en Chile

A nivel mundial, las zonas que cuentan con un clima mediterráneo son escasas. Se suman a las históricas, la costa sur de Australia, el Cabo Sudafricano, California en Estados Unidos y el centro de Chile. ¿Qué singularidad podría tener esta angosta faja de tierra en relación a su clima?

Esta zona climática del país concentra más de dos tercios de la población nacional, situación que evidencia en cierto sentido su carácter amable para el habitar humano. Otras características tienen su origen en la composición mestiza de la población chilena, con un sustrato indígena complementado con rasgos culturales españoles, procedentes particularmente de las dos Castillas, Extremadura y País Vasco. Nuestra arquitectura campesina en el Centro del país combina elementos propios traídos de España, como las tejas coloniales, las acequias, los corredores, los balcones y la construcción en adobe.

Somos mediterráneos y somos australes. Estamos aislados del mundo y ello se evidencia no sólo en nuestra peculiar forma de hablar el español, sino que también en elementos como nuestra flora nativa, tan única y singular. A ejemplares tan simbólicos como las araucarias y los copihues del sur chileno, se suman otras especies vegetales tan hermosas como fascinantes. Sin duda son motivo de orgullo nuestra palma chilena (Jubaea chilensis), la patagua (Crinodendron patagua), el maitén (Maytenus boaria), el espino (Acacia caven) y el litre (Lithraea caustica). Otras suculentas como el chagual (Puya chilensis) y el quisco (Echinopsis chiloensis) le dan un toque de belleza desértica a nuestro paisaje dominado por el gris y violeta de la Cordillera de Los Andes al atardecer, coronada de blancas nubes cumulonimbus.

Todas estas especies son endémicas del centro de Chile y se caracterizan por formar parte de la denominada flora mediterránea, influyendo en la gastronomía y en el paisaje. Incluirlas en proyectos de arquitectura no sólo nos hace un favor permitiendo su propagación, sino que además ayudamos a reforzar nuestra identidad florística. Sin embargo, los beneficios de incorporar flora nativa van mucho más allá: prácticamente no necesitan riegos adicionales a las lluvias, ya que son especies adaptadas; muchas de ellas no requieren de podas anuales, además de que se caracterizan por ser perennes o siempre verdes. Los gastos en mantenimiento se reducen al mínimo, optimizándose también el consumo de los escasos recursos hídricos. En este sentido, a la hora de diseñar áreas verdes públicas o privadas, en el centro de Chile tenemos la enorme ventaja de poder utilizar nuestra flora nativa, en complemento con aquellas especies introducidas desde el Mediterráneo europeo, pudiendo recrear ese paisaje incorporando elementos propios de la cultura, arquitectura y diseño chilenos.

Sin embargo, en algún momento de nuestro camino, se nos olvidó nuestra mediterraneidad. Quisimos copiarle el modelo de “American dream” a los Estados Unidos, debilitamos nuestras calles retirando el comercio y concentrándolo en centros comerciales cerrados. Los antiguos edificios rodeados de balcones para disfrutar durante las estaciones más cálidas fueron reemplazados por cajas herméticas, con “jardines comunitarios” con poco encanto y en una situación de subutilización evidente.

 

El mediterráneo en un jardín: el parque de la fundación Stavros Niarchos en Kallithea (Atenas, Grecia)

Probablemente Grecia, cuna de la cultura occidental, es también uno de los territorios más icónicos de la identidad mediterránea. El aspecto general del paisaje de los suburbios de Atenas recuerda inmediatamente a la flora de la zona central de Chile. Si bien, su fisonomía es similar al ser matorral mediterráneo, las especies son totalmente diferentes.

En el corazón de Kallithea (Καλλιθέα) en Atenas, la Fundación Stavros Niarchos decidió construir un gran centro cultural (algo así como una versión helénica del Centro Gabriela Mistral, GAM de Santiago), donde además se encuentra la Biblioteca Nacional de Grecia y la Opera Nacional. Integrado a la construcción, se donó a la comunidad ateniense un moderno parque, el cual es resaltado en la revista de la Mediterranean Garden Society [1] por recrear el aspecto natural del paisaje griego.

La construcción se caracteriza por integrarse plenamente al parque, a través de techos verdes y senderos. Dada su inauguración relativamente reciente, algunos ejemplares todavía se encuentran jóvenes, de modo que todavía le quedan algunos años para alcanzar un mayor volumen de masa vegetal.

El parque incluye aquellas especies más icónicas de la flora mediterránea como olivos (Olea europaea), lavandas (Lavandula s.p.), romero (Rosmarinus officinalis), salvia (Salvia s.p.), boj (Buxus sempervirens), tomillo (Thymus vulgaris), entre otras. Asimismo, incluye numerosos paseos de maicillo, dotados de iluminación peatonal y sillas dispuestas a lo largo y ancho de todo el parque, las cuales curiosamente, nadie se ha encargado de robar.

Lo más interesante de este parque, además de entregar un espacio abierto a una ciudad que se caracteriza por ser relativamente densa y distribuir sus viviendas principalmente a través de edificios, es cómo refuerza esa identidad mediterránea a través del diseño paisajístico y la elección de determinadas especies vegetales.

La flora nativa de la zona central de Chile: el parque Quilapilún en Colina (Santiago, Chile)

El caso ateniense es particularmente interesante, ya que recrea el paisaje endémico de una zona que ha sido fuertemente intervenida. Una situación similar ha sufrido la zona central de Chile, con la tala de flora nativa con el fin de liberar tierras para cultivos agrícolas y la ganadería, así como para permitir la expansión urbana.

Si bien, no se localiza al interior de la capital, a pocos kilómetros de Santiago es posible encontrar un parque que sigue un concepto muy similar al de la Fundación Stavros Niarchos. Se trata del Parque Quilapilún, que nace como una de las medidas de compensación comprometidas por la empresa minera Anglo American tras la construcción de tranques de relave en la comuna de Colina.

El Parque Explorador Quilapilún reúne una parte importante de la flora nativa de la región de Santiago, contando con numerosos jardines temáticos: de cactáceas, chañares, etnobotánico, de especies amenazadas, entre otros.

Sin duda, se trata de un gran aporte educativo para conocer y entender cómo operan los ecosistemas mediterráneos y cómo se presentan en esta latitud del planeta. La singularidad del paisaje y la flora chilena son dignos de destacar, de modo que merecen una destacada puesta en valor y conocimiento por parte de quienes habitamos este pedacito de tierra.

 

Construyendo nuestra identidad mediterránea austral: paisaje y gastronomía

No se nos debe olvidar que tenemos elementos propios que nos aportan una riqueza, una singularidad y un valor agregado. Producimos aceite de oliva de primera calidad y nuestros vinos están catalogados entre los mejores del mundo. Pero eso no es todo, porque ese aceite puede estar sazonado con pimienta de canelo, y ese vino, ser de cepa Carmènére, única en Chile. Nuestra Patagonia produce un queso feta de leche de oveja equiparable en calidad a las marcas más antiguas del norte de Grecia y en los bosques de la zona central aparecen tímidamente durante el otoño y la primavera, los mismos robellones que se comen en la Península Ibérica. En Capitán Pastene saben muy bien de esa fusión desde que los inmigrantes italianos trajeron sus pastas y prosciutto, que luego las comunidades mapuche sazonaron con merkén y maqui. ¿No es esto un pequeño tesoro que sintetiza la cultura de un país mestizo?

El jardín mediterráneo, además de olivos, alcornoques y aromáticas como lavandas, tomillo y romero, puede adicionar un rincón de boldos y espinos, maitenes y delicadas añañucas cerca de los cursos de agua. Tenemos todos los ingredientes para construir nuestra identidad mediterránea austral. Sólo nos falta ponerla en valor, explotarla y sentirnos parte de ella. Por eso la invitación es a abrir ese balcón polvoriento, a recuperar esa calle abandonada y a disfrutar ese acantilado solitario a orillas del Pacífico sur. A aprender que aquí el calimocho se llama jote, que en vez de sangría tomamos borgoña, que la cerveza puede llevar calafate o maqui y que la pasta también se utiliza para darle riendas a los porotos.

 

Notas al pie

[1] Varvaressou, Y. (2015). A mediterranean garden takes shape in Athens: the Stavros Niarchos Park. The Mediterranean Garden, 81.

Uri Colodro
Geógrafo y Licenciado en Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile. Candidato a M.Sc. en Gobernanza de Riesgos y Recursos, Ruprecht-Karls Universität Heidelberg. Sus mayores áreas de interés corresponden al ámbito de la geografía urbana, social y cultural. Dedicado a la investigación y la consultoría. Lector apasionado y escritor de medio tiempo. Libera tensiones en la cocina y saliendo a dar paseos por la ciudad.

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