Según una conocida costumbre, las novias deben usar en su casamiento algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. Siguiendo el juego a esa tradición, yo me inventé una para las casas, y dice así: para atraer la felicidad, toda casa debe incluir algo nuevo, algo viejo, algo heredado y algo hecho por uno mismo.
Por supuesto, mi teoría tiene tanto fundamento científico como la referida a las bodas, de modo que espero que nadie quiera discutírmela… Pero que no sea comprobable no significa que no sea cierta, como quien dice “las brujas no existen pero que las hay, las hay”. Los invito a explorar conmigo el sentido de estas cuatro categorías.
Algo nuevo
Cuando iniciamos una vida en una casa, comprar cosas nuevas representa todas las novedades que están por venir. Lo nuevo simboliza el cambio, la aventura, el futuro y las oportunidades. Al casarnos, representa el proyecto que empezamos como pareja; en otra etapa de la vida, algo nuevo puede atraer otros cambios, es cambiar de aires, buscar otros horizontes. Si estamos atascados, nos renovamos por fuera para hacerlo también por dentro, y viceversa. Algo nuevo tiene el poder de iluminarlo todo, es un gusto que nos damos, da placer y entusiasmo.
Algo viejo
Por supuesto, no se puede tener todo nuevo. Una casa donde todo es nuevo parece una maqueta, carece de personalidad. Lo nuevo con lo viejo se complementan y equilibran. Si lo nuevo tiene la energía de los comienzos, de los puntos de partida y de los cambios, lo viejo representa la permanencia y la continuidad con el pasado.
Lo viejo es lo que viene cumpliendo su función hace muchos años, ya sea en tu casa o en la de otro. Una mesa plegable que juntaba polvo en la bodega de tu casa y que te llevaste cuando te mudaste solo; sillas que compraste de segunda mano porque andabas con pocas lucas; macetas que encontraste en la calle. Lo viejo tiene carácter, tiene esa pátina del tiempo que lo hace único y entrañable. Lo viejo es cómodo y relajado: suele ser fuerte (razón por la que ha durado tanto tiempo), no hay miedo de romperlo, ya está gastado, es la silla donde los niños pueden pisar sin problema, la mesa donde pueden dibujar y pintar sin temor a que a la arruinen. Por último, reutilizar los objetos es poner un freno al consumismo, es conciencia ambiental y social, es ahorro y austeridad.
Algo heredado
Lo heredado también es viejo, pero su particularidad es que tiene alto valor afectivo. No lo trajiste a casa porque era práctico -como la mesa plegable de la bodega- sino porque le tienes cariño, porque era de tu madre o de tu abuela y te tocó en herencia. Puede ser desde un gran mueble hasta una pequeña cajita. Es aquello que tiene atadas memorias de otra época, de aromas de tu infancia, de una casa donde jugabas de niño, de unas manos amasaban pan o del ritual que hacia tu abuelo para afeitarse.
Tener algo heredado no es pura nostalgia. Representa nuestro origen y nuestra historia. Simboliza que los lazos y las enseñanzas familiares no se rompen, sino que se transforman para adaptarse a nuestra nueva vida. Es necesario tener algo heredado, una presencia tangible que nos una con nuestro pasado; no dejen de traerse algo así para sus casas.
Algo hecho por uno mismo
Y finalmente, algo hecho por nosotros mismos. Por ejemplo, un mueble que estaba inutilizable y que reciclaste con tus manos, un cuadro pintado por vos, un pequeño bordado que hiciste y enmarcaste. No necesitas tener grandes habilidades artísticas: puede tratarse de la instalación eléctrica, del empapelado de los muros, de una botella que transformaste en lámpara, o de un dibujo que hiciste cuando eras muy chico. Lo hecho por uno implica desafío, es empoderamiento (“yo puedo hacerlo”), y una vez terminado produce orgullo y satisfacción.
Resolver los asuntos de la casa poniendo el cuerpo es comprometerse al 100% con el hogar y la familia. Es marcar presencia a los ojos de tus hijos: ¿cómo podrían olvidarse de la casa del árbol que construyó su papá con sus manos, o de las cortinas que les cosió la mamá para su dormitorio? Y si además el trabajo es compartido en familia… las consecuencias superan lo predecible. Se hace vivencia, se vuelve memoria, se convierte en cimiento de la personalidad.
¿Cuáles son tus objetos nuevos, viejos, usados y heredados? ¿Puedes encontrar de todos en tu casa? ¿Qué valor le das a cada uno? La casa es como la vida, no voy a cansarme de repetirlo. Así como la casa, la vida está compuesta por una gran variedad de cosas y personas: las nuevas y las viejas, las que buscamos y las que nos encontraron a nosotros, las de siempre, las temporales, las compartidas, las secretas, las que nos costaron gran esfuerzo. Todas son necesarias y todas forman parte de nosotros. Reconocerlas, aceptarlas e integrarlas, dando a cada una su justo valor, es un gran paso para vivir en armonía.
“Soy Licenciada en Educación, blogger, apasionada por la fotografía, la ilustración y el arte en general. Me emocionan las cosas simples de la vida y busco transmitir esa mirada”