Texto & ilustración: Fernanda Tapia @mandarinacaiman

 

 

 

Soy ambientalmente hipocondríaca. No puedo pensar en nuestros paisajes sin pensar en cómo los estamos destruyendo. Triste, porque cuando estoy inmersa en ellos los gozo, pero cuando pienso en lo desalineados que estamos con ellos como sociedad siento pena, nostalgia y rabia. Al igual que el protagonista del documental Cowspiracy (si aún no lo ha visto, que espera. Les dejo el link abajo) sufro un poquito de hiperconciencia: divido mi basura todo lo posible – con los límites justos y necesarios para que sea posible convivir conmigo y no me echen de la casa -, me muevo en bicicleta, no consumo productos animales, me ducho en 0,5 segundos, hago la mayor cantidad de productos para mi casa yo misma y si no puedo, los compro en la versión más biodegradable y orgánica que mi bolsillo permita, y un sinfín de etcéteras más (Gracias infinitas al Chris por soportarme y apañarme casi sin peros).

Sin embargo el otro día, conversando con unos amigos a altas horas de la noche, cuando se te ocurren las mejores/peores ideas, llegué a una conclusión que no se si me deja más tranquila o más nerviosa, pero que si me deja ese sabor a verdad amarga: Gente como yo (evidentemente no gente como nuestro amigo Trump) nos preocupamos día a día de no colaborar con la destrucción de nuestra Tierra, sin pensar que realmente ésta lleva harto tiempo más que nosotros acá y probablemente se quede por un buen rato más también. Si bien es totalmente cierto que sí, estamos haciendo pebre este planeta y deberíamos controlarnos YA, también es cierto que la naturaleza es mucho, pero mucho más poderosa que nosotros, no podemos ser tan egocéntricos de pensar que podemos contra algo así.

 

 

Han ocurrido antes grandes desastres naturales donde la tierra después de milenios de sanación ha sabido dar vida nuevamente (si es que alguna vez la perdió…). Sin ir tan atrás en la línea del tiempo, me parece muy interesante como la naturaleza resurge en lugares ahogados en cemento y polución, abandonados o destruidos como Hiroshima y Nagasaki. La semana pasada leí una columna en el Times sobre los hibakujumoku o árboles sobrevivientes: El Ginkgo. Esta especie que ha sido hallada en fósiles que datan de hace 2700 millones de años, habría resistido a la bomba nuclear en Hiroshima gracias a sus profundas raíces que supieron capear la gran catástrofe nuclear que se estaba viviendo en la superficie. Se cuenta que tan solo unos días después de la explosión de la bomba, entre los cadáveres y la lluvia ácida, germinaban nuevos brotes de donde antes habían estado estos maravillosos árboles. La lección es clara: el odio y la inconsciencia humana van a secar ríos y extinguir especies, pero no podrán llegar a las raíces más profundas de la Tierra y la vida.

Entonces la pregunta que me hago es la siguiente: a que debemos tenerle miedo, a destruir este planeta o a destruir nuestra especie? Si seguimos a este ritmo vamos a terminar muriendo de hambre y sed nosotros – y de paso todos los cohabitantes que tienen la mala suerte de compartir esta Era con nosotros – pero el corazón de este Planeta seguirá aquí recuperándose lento y seguro de la especie que menos cuidó de él.

 

 

Parte de la comunidad científica mundial indica que estamos entrando a una nueva Era geológica: el Antropoceno, dejando atrás el denominado Holoceno. No es oficial hasta ser aprobada por la Comisión Internacional de Estratigrafía y por ende tampoco está claro su comienzo, pero ésta nueva Era se define por el impacto global que la actividad humana ha tenido sobre los ecosistemas terrestres. Si, nuestra influencia sobre este planeta ha sido tal, que hemos construido nuestra propia Era geológica. La diferencia con la Era que abandonamos está en que la humedad y el clima templado que reinó sobre nuestros territorios en los últimos milenios dará paso a la sequía y deforestación, al alza de las temperaturas y a otras tantas características ya conocemos.

Sabían que cuando, en millones de años, alguien mire las capas de la tierra en busca de las huellas que dejó el hombre a su paso por este planeta encontrarán plastiglomerado? una amalgama de plástico, arena y desechos humanos. Si señores, ese es nuestro legado: plástico, desierto y basura.

Pero la Tierra seguirá aquí, habrá juntado toda esta basura en una capa a presión, lentamente sanará sus heridas, comenzará de cero otra capa de donde germinarán los nuevos Ginkgos. Y nosotros, junto a todo lo que conocemos, estaremos enterrados en esa humillante capa de plastiglomerado por no haber sido nunca lo suficientemente conscientes como sociedad para entender de una vez por todas de que con la naturaleza no se juega.

Nota al margen: no soy científica (ni nada meramente cercano), este es una humilde columna de opinión. Todo lo que leen aquí son mis pensamientos a partir de observaciones y lecturas que he hecho, no afirmaciones científicas o nada por el estilo. Dentro de las muchas cosas que leí, hay dos columnas que me inspiraron especialmente a escribir ésta y a buscar más información sobre qué está sucediendo en el planeta que habitamos.

 

Columna sobre historia de los Ginkgos en Hiroshima, traducida al español:

https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/opinion-hiroshima-bomba-naturaleza/

 

Columna sobre cómo la Tierra sobrevivirá a la especie humana, traducida al español:

https://www.nytimes.com/es/2018/06/17/tierra-humanos-sobrevivencia-planeta/

 

Y por último, recomiendo ver el documental Cowspiracy, que nos presenta el real gran contaminador de nuestro planeta y cómo podemos aportar nosotros a pararlo (está en inglés, pero en Netflix pueden encontrarlo con subtítulos):

http://watchdocumentaries.com/cowspiracy-the-sustainability-secret/

 

 

Fernanda Tapia

Santiaguina de nacimiento, berlinesa por el momento, diseñadora gráfica de profesión, coleccionista de detalles y cosas lindas, aprendiz en alimentación y consumo consciente.

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Fernanda Tapia

Santiaguina de nacimiento, berlinesa por el momento, diseñadora gráfica de profesión, coleccionista de detalles y cosas lindas, aprendiz en alimentación y consumo consciente.

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