Por Alejandra Apablaza @ale_apablazav

 

 

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Tengo 2 hijos: un niño de 5 y una niña de 3 años. Son como todos los niños: unos trompos que giran a toda velocidad dejando una estela de caos con la que mi marido y yo hemos aprendido a vivir.

Corren, cantan, juegan, pelean y sacan en un solo día lo mejor y lo peor de nosotros. Cualquiera que tenga unos en casa sabe perfectamente a lo que me refiero.

Antes de ellos, nuestra casa siempre estaba ordenada: los libros sobre las mesas o en repisas, los vinilos y el equipo de música en un mueble bajo. Frágiles figuras de greda en miniatura al alcance de la mano y floreros dispuestos sin preocupación de que pase la dupla del caos.

 

 

Todo eso, hasta que unas manitos de 2 años usaron el álbum blanco de los Beatles como pista de autos mientras giraba en el tocadiscos, y que otras dos dejaron caer al suelo un platito pintado a mano con ilustraciones de Beatrix Potter rompiéndolo en mil pedazos. Dos pérdidas que lamentamos y que rápidamente nos hicieron entender que la casa era compartida. Pero no por eso íbamos a permitir una invasión de plástico, juguetes bulliciosos con pilas y peluches inútiles. No, eso no.

 

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Lo cierto es que a la fuerza nos pusimos minimalistas. Las mesas hoy están libres, todas disponibles para ser usadas. Instalamos repisas altas para los libros, guardamos en cajones todo lo que fuera realmente delicado y quisiéramos volver a ver. Y comenzamos a vivir en una casa en la que cada uno pudiera estar y sentirse cómodo.

Hice varias fundas blancas de lino para proteger los sillones. Blancas porque descubrí que puedo echarlas a la lavadora infinitas veces sin que se destiñan y de lino porque ni siquiera me doy el trabajo de plancharlas. Nada más lindo que la arruga del verdadero lino.

 

 

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Me gustan los materiales nobles, las maderas, las distintas fibras, los canastos. Estos últimos mis grandes aliados para que se vea ordenado y toparme lo menos posible con Spiderman o Peppa Pig.

 

 

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También he encontrado juguetes que adoro y, por suerte, mis hijos también: los bloques de imán y madera de la marca Tegu, el Cubebot que es un robot articulado de madera, las clásicas muñecas y animales de lana chilotas, las preciosas figuras de bordado crewel de las artesanas de Ninhüe, los libros de la editorial Pehüen para niños, las figuras de madera de Lopa. Todos objetos fabricados con buenos materiales, durables y hechos con creatividad.

 

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Celebro que existan tantos creadores nacionales que estén pensando en objetos para niños y que no busquen referentes relacionados con los monitos animados de moda. Lo celebro, y como madre lo agradezco porque eso también estimula la creatividad de los niños y los invita a fabricar también.

Y bueno, para todo lo demás, están los canastos de mimbre con tapa.

 

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Alejandra Apablaza

Soy diseñadora y directora de arte. Dibujo, pinto, bordo y tejo chalecos cuando hace frío. Amo los detalles y embellecer hasta lo más mínimo. Vivo lento, lo mío es el campo.
Instagram: @ale_apablazav