“Ama a tu ciudad. Ella es sólo la prolongación de tu hogar, y su belleza te embellece y su fealdad te avergüenza.” Lo escribió Gabriela Mistral y tengo que agradecerle que me diera las palabras precisas para expresar lo que quiero decir. Si hemos decidido habitar conscientemente nuestros espacios, empezando por nuestra casa, esa actitud se extiende necesariamente hacia el barrio y hacia la ciudad, que son la continuación del hogar.

La ciudad nos entretiene,  nos aturde, nos cobija, nos aplasta, nos fascina y nos espanta por igual. Existen motivos de sobra para amar y para odiar cualquier ciudad. Así como no existe la casa perfecta, tampoco existe la ciudad perfecta. Podemos vivir con la queja en los labios, con la mirada en ciudades foráneas, urbes que dejamos atrás o que nunca fueron nuestras… O podemos, en cambio, elegir vivir enamorados.

Enamorados de los músicos callejeros, de la abuelita que vende frutillas en nuestro camino al trabajo, de la textura de los muros, de las ventanas con flores o de la sombra de los parques.  Locos, embobados, un poco tontos. Enamorarse no tiene que ver con que el balance de defectos y virtudes de positivo (si así fuera, no sé cuántas ciudades superarían la prueba).  Enamorarse es irracional, los enamorados son contrariados una y otra vez, y todas las veces se dejan reconquistar.

Está lleno de optimistas así; en Santiago los veo recuperando parques, organizando paseos patrimoniales en bicicleta, disfrutando las áreas verdes, interviniendo con arte los espacios públicos, escribiendo odas a la ciudad, tomando fotos. Y seguro hay muchos invisibles y silenciosos también, circulando con el ojo atento para captar ese guiño que los haga perder la cabeza otra vez. A cada uno la ciudad le hace su propio juego de seducción; hay tantas versiones de una ciudad como ciudadanos respirando en ella.

Sin duda, como ocurre en las historias más apasionadas, va a ser una relación de amor-odio. La desidealización es parte del amor. En verdad, no te involucras con una ciudad hasta que no sufres sus embates, su tumulto, su temperatura, hasta que no te has amontonado con su gente en el transporte público. No es esa manera fácil de amar París, Londres, Nueva York o cualquier ciudad lejana que siempre parece perfecta. El residente ama como aman los esposos, los hermanos, las mejores amigas: en la trinchera, conociendo las miserias, peleándose y reconciliándose. Se ama con intención. Sabemos que nos vamos a volver a topar con la pobreza, con la injusticia, con lo triste o lo incómodo, pero elegimos vivir enamorados, porque es una linda forma de vivir.

Para seguir con las frases célebres, una de Goethe: una persona ve en el mundo aquello que lleva en el corazón. Ojalá tengamos corazón para ver en nuestra ciudad belleza, esperanza y alegría. Una mirada que ama, a la larga transforma, y se necesitan muchas miradas así para hacer de nuestras ciudades hogares felices para todos.

“Soy Licenciada en Educación, blogger, apasionada por la fotografía, la ilustración y el arte en general. Me emocionan las cosas simples de la vida y busco transmitir esa mirada”

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