Texto: Nicolás Sánchez @always_nico
Fotos: Sebastián González @sebagonzalez_z
Fotos registro histórico: aporte de Bongiorno Cile al Archivo, https://www.enterreno.com
Selección de hito urbano: Coca Ruiz @cocaruiz

Un poco más hacia el poniente del “barrio Mapocho” de Santiago de Chile, en un sector caracterizado por el cruce entre fachadas centenarias y uniformes torres de 20 pisos, un gran dragón multicolor se apresta, con sus garras y lengua colgante, a dar su zarpazo a quién se disponga a atravesar su camino.

Afortunadamente, su intención permanece sólo en el plano estético, pues el reptil en cuestión es en realidad un dibujo en 2D apoyado sobre la fachada sin ventanas de un antiguo edificio de cinco pisos ubicado en Amunátegui 783, en plena esquina con San Pablo. Es el famoso “Mosaico del dragón”, una verdadera obra de arte hecha en base a miles de teselas (pequeños cuadritos de vidrio), y que desde hace 60 años constituye uno de los grandes íconos en materia de muralismo urbano en el país.

La obra en sí es un atractivo despliegue de colores: sobre un fondo de color gris degradé, se asoma un dragón verde de alas celestes, rostro café claro que exhala un humo también celeste; su larga cola está recubierta por una cresta celeste, uñas amarillas y exhala un humo casi blanco. También tiene una portentosa lengua anaranjada con forma de flecha. Sin dudas, todo un mítico dragón oriental.

Respecto al edificio, se le podría definir como una construcción de arquitectura moderna funcionalista, propia de mediados de siglo XX, con ligeros toque art decó, pero definitivamente funcionalista, al igual que unos cuantos inmuebles de su entorno. Su primer piso está destinado en su totalidad al comercio minorista de ferreterías, colaciones y minimarket; de hecho, hasta hace unos años atrás aún se ubicó allí la famosa tienda de artículos eléctricos “Casa Dragón”, lo que originó que, en consecuencia, mucha gente que conozca al lugar hasta nuestros días simplemente como “El Edificio Dragón”.

¿Qué hace un dragón oriental en barrio Mapocho?

Hasta nuestros días, la construcción del “Mosaico del dragón” permanece con un cierto halo de misterio, pues son pocos los antecedentes disponibles en la web o bibliotecas. ¿Quién lo creó, cuáles fueron las motivaciones? Desde el blog Urbatorium atribuyen la fecha de su construcción a los años 1957-1958, por autoría de un artista italiano (residente en Chile en aquel entonces) de nombre Bongiorno Filippo. Según cita el sitio, la información fue aportada por su nieto gracias a la intermediación del arquitecto y profesor de la UDD Felipe Bengoa (1).

“Recuerdo que estuvimos mucho tiempo buscando a su autor y fecha de creación, cuestión que en ningún lado pudimos encontrar. Hasta que subimos una foto de la misteriosa obra para ese entonces a Instagram. De alguna forma, su nieto nos contactó y comentó que el mosaico era de su abuelo. Nos envió un par de fotos del momento de su creación y nos comentó que su abuelo había escapado de Europa por la segunda guerra, y llegado a Chile, donde pudo desarrollar su arte de mosaicos”, cuenta Bengoa, quién, junto a su colega Nicolás Fernández, creó el conocido sitio enterreno.com, dedicado al archivo fotográfico del patrimonio arquitectónico y urbanístico nacional (2).

Aporte de Bongiorno Cile al Archivo, https://www.enterreno.com

De acuerdo a la información recabada por el joven profesional, además de la obra del Dragón, Bongiorno Filippo también realizó un par de mosaicos para la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Las Condes, que actualmente están tapados al ojo del público (o fueron retirados del lugar). Sobre el destino final del artista, se cuenta que él y su familia marcharon a Perú hacia principios de los setenta, y desde allí regresaron a Italia.

Un pasado urbano ausente de murales

Hasta mediados de los años 50’, la arquitectura chilena no registraba mayor presencia de la ornamentación en espacios públicos urbanos. La etapa pre republicana estuvo marcada por la arquitectura de adobe, colonial. Luego, con la República, vendría una masificación de la arquitectura neoclásica de grandes obras públicas, como el Palacio de los Tribunales, el ex congreso nacional, o la Casa Central de la Universidad de Chile. Posteriormente, la celebración del centenario marcaría una nueva gran oleada arquitectónica, esta vez neoclásica, presente en obras magnánimas como el Museo de Bellas Artes, la Estación Mapocho, la Biblioteca Nacional, la Casa Central de la Universidad Católica, o el edificio de la Bolsa en calle Nueva York.

Para Rodrigo Vera Manríquez, docente del Departamento de Diseño de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, la irrupción de la arquitectura moderna marcaría un cambio en materia del uso estético de espacios urbanos.

“Ingresa la arquitectura moderna, que es de carácter racionalista, donde hablamos todavía de volúmenes puros de hormigón armado que no estaban ornamentados; o sea, abogaban más bien por las formas puras, generalmente blancas, que era el color por excelencia de la modernidad, como lo diría de alguna manera Le Corbusier. Y después, estamos hablando de los años 50’, se da la masificación, con el desarrollo industrial, de productos que servían para ornamentar pero funcionalmente a este tipo de arquitecturas. Los mosaicos caen dentro de esta categoría, porque ornamentan, aportan estéticamente, pero al mismo tiempo, son de carácter funcional. Revisten el edificio, es duradero, es fácil de limpiar, etc, etc”, explica el joven profesor de Historia y Teoría del Diseño.

Un dragón visionario que marcó tendencia

Hacia mediados de la década del 50’ ya existían proveedores de teselas de vidrio en el país, como Muriglass, Mozabid e Irmir. Entre los fabricantes, a su vez, estaban vidrios Lirquén, Fanaloza e Irmir. Sin embargo, para la elaboración del Mosaico del Dragón se solicitó el producto de un importador, Muranite. Por ello, no es de extrañar que bajo el dibujo esté la inscripción de esta marca italiana: la obra, multicolor y sofisticada para la época, era una perfecta vitrina de la calidad y stock de esta marca internacional.

“La importancia que tendría este Mosaico del Dragón es que es uno de los primeros en su tipo en Santiago”, afirma Rodrigo Vera Manríquez.

“Esta técnica consistía en unos paños grandes, donde (las teselas) estaban unidas como por una especie de material sintético, y se tiraban directamente al muro, y después esto se sacaba, se retiraba la malla, y quedaban puestas con este pegamento. Luego, ya los detalles se ponían manualmente. Es un trabajo parecido a lo que hoy en día es el pixel”, explica el docente. “Es importante considerar que (El Mosaico del Dragón) era prácticamente como un muestrario de color. Habían diferencias entre los colores: los rojos y los naranjos eran más caros de producir, por la cantidad de óxido que se necesita para eso. Es un material que además es más duradero, fácil de limpiar, se limpia con agua. Cumple características de integración plástica: es funcional y al mismo tiempo artístico” (3).

Vera Manríquez, quien es Licenciado en Teoría de la Historia del Arte y Doctor en Historia de la Universidad de Chile, destaca también el carácter pionero del mosaico de Amunátegui, sólo anticipado, según sus investigaciones, por un mural realizado por el artista Fernando Marcos para una escuela de Peñaflor. “Lo que él me relató es que fue el primer artista que hizo un mural de mosaico vítreo en Chile el año 1956, en una escuela de Peñaflor, y el material lo consiguió por medio de un abogado que había traído a un mosaiquista desde Italia. Era un sujeto que tenía mucha plata, entonces, para obtener estas teselas –que no habían en Chile en ese entonces- él trajo a este sujeto. Este mural después, Marco Buntá, que era el presidente de la Asociación de Pintores y Escultores de Chile, Apech, certificó que efectivamente era un mural de mosaico vítreo y que estaba considerado como el primer mural de mosaico en Chile”, cuenta. “Por eso, si ese mural fue realizado el año 56’, ya que haya entrado Muranite el 57’ marca una tendencia”.

A continuación, más obras comenzarían a aparecer. También en 1957, Fernando Marcos realiza un mural con técnica de mosaico vítreo en la Escuela México de Chillán, dando vida a una suerte de “integración plástica”, donde la obra arquitectónica está integrada -con un material funcional- a la obra plástica.

“Es una relación simbiótica, aunque particularmente se da en la segunda etapa de la arquitectura moderna, debido a las condiciones de este tipo de arquitectura. Estamos hablando de paños extensos, muros que no tienen ornamentos, y que sirven para soporte de este tipo de obras. Los mexicanos son los que parten con este tipo de temas y después se desarrolló también mucho en la Europa del Este, por ejemplo, los encuentras harto en los Baukunst de la República Democrática Alemana. De hecho, hay un artista chileno que trabajó allá en la Alemania del Este haciendo este tipo de obras con mosaico, en los años 60’, Hernando León. Él era originario de Yungay”, relata el profesor Rodrigo Manríquez.

El académico explica más detalladamente el origen en Chile de este fenómeno de integración artístico arquitectónico en su artículo académico “Del mural de Peñaflor al metro de Santiago: sesenta años de mosaico vítreo en Chile” (4):

Además del registro oral del propio protagonista e introductor del mosaico vítreo en Chile (Nota de la redacción: el mencionado Fernando Marco), hay un segundo antecedente vinculado a su utilización, iniciada la segunda mitad del siglo XX, donde el material, además lleva una carga semántica en relación a dos conceptos que pueden ser claves para comprender parte de la tradición moderna del mosaico vítreo en Chile: la primera, la relación de hermandad latinoamericana, y la segunda, la institucionalización de un proyecto de modernidad cultural expresado en esta materialidad. No es casualidad entonces, que la introducción del mosaico de vidrio se haya desarrollado a partir de tres factores fundamentales: un artista comprometido con la creación muralista en espacios públicos, la figura republicana de la Escuela como espacio de instrucción, y la relación cultural entre dos países hermanos como Chile y México, con las consiguientes influencias del muralismo mexicano en artistas locales. Esto último, tomando como antecedente la presencia en Chile, y específicamente en la ciudad de Chillán, de los grandes muralistas mexicanos David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero, en el contexto de la reconstrucción de Chillán, luego del terremoto de 1939, y la donación de parte del Gobierno mexicano de la Escuela República de México a la ciudad afectada por el sismo. 

En el marco de la primera restauración realizada a los murales de David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero en la Escuela México de Chillán, el mismo artista chileno, en el año 1957, elabora el mosaico del frontis del edificio educacional, ocupando teselas de mosaico vítreo. El aludido, Fernando Marcos, desarrolla en un formato marcadamente horizontal, el mismo encuentro alegórico entre los dos pueblos que en el interior de la biblioteca del recinto pinta Siqueiros (4).

El fenómeno de integración funcional entre arquitectura y obra artística, a través del formato mosaico vítreo, vería su espacio en otras obras urbanas, muchas de ellas edificios públicos, desde cuarteles de carabineros al edifico del SII, ubicado en calle Santa Rosa con Marcoleta. O el inmueble de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso, donde el pavimento y los pilares están revestidos por mosaicos de teselas.

“En el edificio del SII encuentras la misma idea, revestimientos funcionales que agregan un componente estético, juegan con el cromatismo. Y al frente encuentras otro inmueble que tiene una composición abstracta geométrica, en tonos naranjos y azules complementarios, con fondos celestes, si mal no recuerdo (…) juega con todo un lenguaje artístico que se manifestaba en esa época –los años 60’-, denominado ‘Arte Concreto’, que está muy en relación con la arquitectura moderna”, cuenta Vera Manríquez.

Luego vendría una nueva masificación ya en el uso doméstico de este material, donde un factor relevante fue la derogación del DFL2, el cual, hasta un determinado valor, no permitía el uso de materiales considerados lujosos en viviendas subsidiadas. “Esto se masificó a nivel doméstico, empezaron a construir megaobras como el Túnel Lo Padro, que fue revestido con esto; el edificio del SII, obras viales, remodelaciones de baños, casas revestidas por fuera. Entonces apareció una tremenda gama de escalas y funcionalidades con este material”, señala el experto.

El paso del mosaico figurativo al abstracto también es explicado por el profesor Rodrigo Manríquez en el Abstract de su artículo “Del mural de Peñaflor al metro de Santiago: sesenta años de mosaico vítreo en Chile”:

A diferencia de la tradición del mosaico vítreo en los países europeos, el caso de Chile es de breve data, rastreable desde sus orígenes, pero no por eso menos influyente dentro de la visualidad urbana de los últimos sesenta años. Los primeros registros de esta manifestación en el espacio público, aparecen recién iniciada la segunda mitad del siglo XX, comenzando un desarrollo que se vinculó a un modelo políticosocial caracterizado por los vínculos culturales con otros países latinoamericanos, el desarrollismo económico, y grandes realizaciones urbanas que tuvieron a este material como reflejo de modernización. Este tránsito pasa desde lo figurativo, en murales que

formaban parte de un proyecto político, hacia lo abstracto, recibiendo en los años sesenta y setenta la influencia del arte concreto, en estrecha relación con planes urbanísticos que cambiaron el panorama de las ciudades chilenas, especialmente de su capital (5).

Por todo ello, el Mosaico del Dragón de Amunátegui con San Pablo, además de constituir una obra de arte y un ícono en materia de ornamentación de espacios urbanos en el país, es también una obra que forma parte del patrimonio del centro de Santiago, desde luego por su carácter pionero, pero también por el material utilizado (importado desde Italia y que marcó estándar), su condición figurativa, y, al mismo tiempo, el aporte estético que representa para al entorno, y que configuró en adelante la utilización del mosaico vítreo para otras obras de esa zona.

“El Mosaico del Dragón fue como una especie de aporte fundacional, se podría decir. O sea, desde el punto de vista de los fines para mi investigación, opera como un documento histórico. Cuando fui a verlo, hace años, ví que era de Muranite, y me di cuenta que ése proveedor no estaba en los registros históricos que yo tenía. Indagué y ahí me encontré conque era un mural importado de Italia, y etc, etc. Entonces, arma un panorama histórico de la época de los procesos de industrialización de este material, y de su relación con la arquitectura moderna”, concluye el profesor Rodrigo Vera Manríquez.

Nicolás Sánchez

Periodista y editor, licenciado en la Universidad de Concepción y especializado en periodismo escrito en la Pontifica Universidad Católica. Santiaguino de nacimiento (aunque penquista por adopción) Músico y melómano empedernido, su soundcloud es www.soundcloud.com/cuasarband
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Sebastián González

“Más fotógrafo que arquitecto”

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Coca Ruiz
Diseñadora & Editora.

Parisina de primera infancia, amante de la moda, la lectura, el arte y la decoración, especializada en dirección de arte y creación de contenidos, con buen ojo para detectar los detalles que nos inspiran diariamente.

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