Elizabeth Cayne – Femme maison

Si la arquitectura se define como el arte y la técnica de proyectar, diseñar, construir y modificar el hábitat humano, el cual comprende todo tipo de espacio y estructura que nos permita permanecer tiempo en él, nuestro cuerpo se constituye como nuestro primer habitar donde se configura como una arquitectura corporal que tiene como viga principal la relación que se genera entre el cuerpo y su entorno, construyendo así un espacio único y personal.

Este cuerpo es definido inicialmente por su carga genérica, que en un constante cambio y modificaciones a este envase de pensamientos e identidad, genera diversas fachadas arquitectónicas para una misma estructura corporal que se emplaza en múltiples lugares y contextos. Esta fachada esta envuelta de signos y símbolos que se sitúan en una amplia gama de accesorios, objetos, incrustaciones o dibujos complementarios que cumplen la función de ornamento número l: cuerpo.

El antropólogo francés David Le Breton, en su libro “La sociología del cuerpo” plantea que el cuerpo es la imagen de un conjunto de sistemas simbólicos provenientes de otros cuerpos que nacen y propagan significaciones, las cuales van cruzando formando un entretejido de diversas corporalidades para así construir nuestra existencia individual y colectiva. Por ende nuestro cuerpo es parte de un sistema cerrado de correspondencias, es un ritual sensorial y semántico que genera un canal comunicativo entre lo que somos y lo que proyectamos donde otro se complementa de mi mediante las experiencias vivenciales impregnadas en mi fachada, es como una membrana memorial que envuelve nuestro cuerpo.

El lenguaje del cuerpo, como plantea Julius Fast, es la territorialidad de un cuerpo humano determinado zonas. Es decir, los individuos poseemos zonas de territorio delimitados por la especialidad del cuerpo otorgándole un tamaño ante la interacción de nuestra estructura y en el contexto con la sociedad. Ahora bien, Fast plantea que dentro de estas zonas territoriales, el individuo se enmascara para poder convivir en el contexto, es decir, que el revestimiento de es en sí un enmascaramiento de nuestro ser interior, falsificando aquellos códigos que no son fidedignos de “quien soy”.

Este desenmascaramiento hoy en día es una necesidad, no tan solo para el desarrollo del individuo, sino que por un beneficio social: no dejar que las normas construyan quienes somos o al menos disminuir su influencia, comprender e interiorizar los códigos que decoran tu cuerpo, hogar y el diario vivir por qué más allá de que todos usemos camisa blanca, este código se hace propio el día a día con el movimiento de tu actuar, de tu cuerpo. Si logramos comprender esto podremos generar una sociedad capaz de entender, comprender y tolerar a un otro desde lo que es, aumentando el respeto y la valoración entre los individuos, generando consecuentemente una mejor sociedad.

“Diseñadora apasionada y versátil, enamorada de la investigación y la decoración, especializada en dirección de arte y diseño expositivo, enfocada en el pensamiento creativo y atención a los detalles para crear soluciones de diseño centrado en las personas, creyendo profundamente en la democratización del diseño.”

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