Fin de año es sinónimo de festejos, de reuniones, de reencuentros y de despedidas. Llega diciembre y todos queremos tener una última comida anual con los distintos grupos de amigos y familiares. A veces nos toca ser los anfitriones, y entonces nuestra casa se convierte en el espacio de encuentro de amigos o familiares, se llena de ruido y de risas por unas horas.
¿Acostumbran recibir gente en casa? Organizar un asado, hacer las compras, poner la mesa, ordenar la casa antes y después, implica un gran esfuerzo. Pero aún así muchos de nosotros lo hacemos con gusto. ¿Por qué lo hacemos?
Habitar la casa no es sólo vivir cómodos en ella, es también compartirla, abrir ese espacio privado para dejar entrar a otros. Siempre creí que el amor es expansivo, que no se puede guardar ni mantener dentro de ciertos límites. Si en una pareja o en una familia hay amor, éste puja por rebalsar y llegar a otros. Recibir en casa es una forma muy clara de difundir ese amor. Compartir la casa es compartir la vida; dejar entrar a alguien a casa es dejarlo entrar a tu vida.
Cuando invitamos, agasajamos a nuestros amigos porque ellos nos hacen felices. Tratamos de que todos se sientan cómodos y pasen un buen rato. La comida, la bebida, la música y la ambientación son ingredientes de ese evento: el hecho de que no sean casuales sino premeditados es lo que hace de éste un día especial. No necesitan ser cosas importantes ni costosas, pueden ser muy sencillas y aportadas por todos, pero han sido pensadas por el anfitrión de antemano para que nada falte, para que todo armonice.
La ambientación acompaña nuestro estado de ánimo. Aunque pueda parecer superflua, por alguna razón todas las culturas usan ornamentos para celebrar sus fiestas. Vestidos, caras pintadas, bailes, música, fuego, brillo, guirnaldas. Adornamos la casa y el cuerpo para expresar alegría, y para demostrarnos que ese día o esa noche es especial, y que las personas que nos acompañan son importantes.
A veces el fin de año lo vivimos como una situación de estrés: una vorágine de locura en que la norma indica apretar la agenda, comer en exceso, dormir poco y gastar demasiado. Pero hay una razón de fondo para todo esto, y es que tenemos motivos para celebrar. Más allá del sentido religioso de la Navidad, existe en la mayoría de nosotros –creyentes o no- un afán por reunirnos con nuestros seres queridos, por encender velas y chocar nuestras copas.
Invitemos, abramos las puertas de casa y del corazón. Si somos invitados, valoremos el gesto como un honor. Que estas fiestas sean una ocasión para agradecer todo lo bueno que tenemos, empezando por la vida. Para perdonar y dejar atrás capítulos dolorosos. Noches de cariño con esos que nos dan alegría, y de tregua con quienes nos cuesta un poco más convivir. Tiempo de oportunidades para que algo cambie, aunque sea algo pequeño, en nuestro interior o en nuestra mirada. Feliz Navidad para todos.
“Soy Licenciada en Educación, blogger, apasionada por la fotografía, la ilustración y el arte en general. Me emocionan las cosas simples de la vida y busco transmitir esa mirada”