Ilustración: Antonia Reyes
Mas allá de decidir una paleta de color o adquirir muebles y objetos que nos resulten atractivos, subyacen tras el interés por configurar el entorno doméstico fundamentos psicológicos y biológicos.
En mayor o menor grado, para todos nuestro hogar es una expresión de cómo nos percibimos y definimos, y así una extensión de nosotros mismos.
Como el sentido de origen y la pertenencia son parte importante de la concepción del “yo”, apoderarnos del espacio proviene de nuestra capacidad de reconocer un ‘territorio’ y ese ‘sentido de territorio’ es una expresión del sentido de mi mismo.
De acuerdo al pensamiento de Alison y Peter Smithson, definimos perceptualmente un espacio que posteriormente vestimos de objetos con los que nos vinculamos emocionalmente. Un territorio primeramente establecido por límites que nos separan y protegen de lo externo, que se configura internamente por los objetos que definen recorridos y rutinas de acuerdo a cómo están distribuidos y el uso que le damos. Decorar es un proceso de habitar, definir el cotidiano, configurar la identidad y consecuentemente un esfuerzo por encontrar orden en el caos.
En una segunda capa de análisis, la necesidad de estructurar el espacio doméstico es transversal dentro de las especies naturales. Es la acción de asentar el hogar, o nidificación.
En términos generales, comienza con la búsqueda de un lugar idóneo para albergar el nido; tranquilo, íntimo, protegido del clima y posibles depredadores. Posteriormente, la recolección de materiales dispuestos por el entorno natural para la construcción: ramas, barro, hojas, musgo, pelo, etc.
Dentro de los mamíferos por ejemplo, gorilas, orangutanes y chimpancés construyen plataformas de ramas en altura para dormir, criar y amamantar. Los roedores salvajes por otra parte, elaboran nidos que cobijan al interior de troncos huecos o agujeros en la tierra. Gatos y perros domésticos suelen buscar rincones escondidos dentro de las casas, como un cajón vacío o un espacio dentro de un clóset acondicionado por alguna manta vieja.
Las aves presentan un mundo más complejo, dependiendo de la especie es el macho o la hembra quien construye el nido e incuba los huevos. Desde el punto de vista de su ingeniería, los nidos de aves son verdaderamente impresionantes. El picaflor por ejemplo, teje su nido con pelos de animal y lo recubre finalmente de hilos de tela de araña para cohesionar la estructura.
El instinto de anidar responde a la liberación de las hormonas estradiol, progesterona y prolactina y aflora en distintas etapas del embarazo según la especie, incluidos seres humanos. La razón que subyace en la necesidad incansable que observamos en las mujeres embarazadas por armar el dormitorio de su cría -tentaciones del consumo aparte- es meramente biológica. Son las hormonas que promueven el éxito reproductivo y la necesidad de propagación de la especie.
Para profundizar en las diversas maneras de anidar que hay en la naturaleza:
Documental “Animal Homes” de National Geographic.
Para más sobre el pensamiento de Alison y Peter Smithson y el arte de habitar
Antonia Reyes
“Con un profundo interés por el mundo natural y el diseño, Antonia Reyes Montealegre trabaja como Ilustradora y Directora de Arte desde Santiago de Chile. Su trabajo se concentra en la ilustración naturalista, inspirada por el riquísimo patrimonio natural y biodiversidad de su país.”
Instagram: @antoniapajarito