Una de mis hermanas, después de casarse, vivió en cinco ciudades diferentes en seis años. Su fórmula para sentirse a gusto con tantos traslados era la siguiente: en cada nuevo lugar elegían la casa más linda posible y se instalaban en ella como si fueran a quedarse para siempre. Incluso si sabían que su estadía sería de pocos meses, colocaban repisas, colgaban hasta el último cuadro y ponían cortinas en todas las ventanas.

“Después de una mudanza necesitaba volver a encontrarme lo antes posible, mirar a mi alrededor y sentir que estábamos ‘en casa’. También quería que mis hijos supieran que a pesar del gran cambio externo (de casa, de país, de idioma, de colegio) nuestras vidas podían continuar sin demasiadas alteraciones, porque en la intimidad seguimos siendo los mismos”.

El cambio es inevitable. Todo se modifica constantemente a nuestro alrededor. En medio de ese movimiento, buscamos crear espacios de pertenencia y permanencia, donde podamos encontrarnos con nosotros mismos y saber quiénes somos. Rodearnos de nuestros objetos conocidos, volver a organizar la casa de cierta forma, nos reconforta porque nos recuerda que hay algo que permanece a pesar de los cambios: la familia, el amor, nosotros mismos.

Pienso cuántos de nosotros dejamos inconcluso el proceso de instalarnos en nuestra casa. Pienso en cajas de mudanzas que jamás se abrieron. En una amiga que dejó la casa de sus padres pero aún tiene la mitad de sus cosas allí. En personas que nunca pintaron su departamento del color que querían. No terminamos de apropiarnos del espacio, y así ese espacio no puede ser nuestro del todo. Estamos pero no estamos realmente ahí. Nos mantenemos en un estado de tránsito.

¿Por qué lo hacemos? ¿Qué mensaje nos estamos enviando? Tenemos una casa pero no nos permitimos “sentirnos en casa”. Nos excusamos de distintas maneras, lamentamos no haber tenido tiempo, y esas cajas cerradas siguen allí como un recordatorio de que estamos de paso, de que este no es nuestro lugar.

Habitar es permanecer, y permanecer es fundamentalmente quedarse. Tú, ¿te quedas, o siempre te estás yendo? Hoy renuevo la invitación a habitar nuestros espacios. Si todavía no te has asentado por completo en tu casa, durante las próximas dos semanas realiza un cambio en ese sentido: colgar tus fotos o cuadros, poner tus revistas preferidas junto al sillón, buscar el mueble que te falta. Hazte ese regalo; luego invítate a quedarte, ofrécete un té o una copa, y encuéntrate contigo mismo en tu hogar.

“Soy Licenciada en Educación, blogger, apasionada por la fotografía, la ilustración y el arte en general. Me emocionan las cosas simples de la vida y busco transmitir esa mirada”

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