El corazón y las manos

Hace un tiempo aprendí que, de acuerdo con algunas tradiciones orientales, las manos son la prolongación del área del corazón. El corazón representa el amor; los brazos y las manos son el canal directo por el que fluye la energía vital del corazón. Se relacionan con la capacidad de dar y de recibir. Cuando usamos nuestras manos para acariciar, para sanar o para crear estamos materializando nuestras emociones, nuestro amor  por los demás y por nosotros mismos.

Las manualidades siempre se han considerado importantes para la educación y el aprendizaje, y hasta se recomiendan como terapia. A veces tenemos un pasatiempo como el bordado, la carpintería o la cerámica, y lo llamamos “nuestro cable a tierra”, pero en realidad es un cable a nosotros mismos. En una actividad manual, el cuerpo, la mente y el corazón están trabajando juntos, algo que no sucede todo el tiempo, por eso se produce cierta magia. Usar las manos nos moviliza enteros, tiene una fuerte carga emocional.

Cuando tenemos un hogar propio, es común que se despierte en nosotros cierto afán por hacer con las manos  cosas que nunca habíamos hecho. Quizás lo han percibido en sus amigas, amigos o en ustedes mismos: quien no tenía ningún interés doméstico, de pronto prepara guisos y sopas; quien rehuía de todo lo manual, quiere pintar los muebles para el dormitorio de su primer hijo.  Hacemos talleres de alfarería, aprendemos a tejer, sembramos una huerta. El hogar y la familia nos ensanchan el corazón, y las manos se despiertan.

Hacer con las manos es una forma de dar y darnos completos. Es una expresión de cariño por otros y por uno mismo. Recordemos esto para que la próxima tarea manual que se nos presente en casa no nos encuentre desprevenidos o apurados. Que un simple acto, como coser un botón, pueda ser una instancia de conexión con nuestra interioridad, para volver a nuestro eje, para reconocer el amor y dejarlo fluir.